9 d’ag. 2010

Cuando aterrizamos la nave levantó una enorme nube de polvo y pasaron unos segundos eternos hasta que pudimos vislumbrar nuestro nuevo hogar. Al abrir la puerta las escaleras se desplegaron y tu bajaste primero. Me tendiste la mano y di un salto pequeñito, suficiente como para sentir la falta de gravedad pero no para salir volando. Una vez con los pies en la... ¿tierra? empezamos a caminar hacia una colina. Tu andabas delante de mi, casi arrastrándome de la mano, y yo me entretenia dando patadas a una piedra.

Al llegar a lo alto de la colina dejaste ir mi mano y, con los brazos en jarra como quien corona una gran cima, admiraste el paisaje a nuestros pies.

Oímos un ruido a nuestra espalda y al girarnos vimos un hombrecillo verde de grandes ojos. Después de unos ruidos muy extraños que yo no logré entender, nos hizo un gesto para que le siguieramos. Tras cinco minutos de caminata, llegamos a un valle. En el centro, a lo lejos, se veia una especie de aldea de casas muy pequeñas.

- Mira cariño, es casi como en el folleto.

El hombrecillo verde nos llevó hasta una de las casitas y nos dio una llave. Tras lo que creo que fue una despedida entramos en casa.

- No está nada mal, en las fotos se veia mucho más pequeña.
- No entiendo porqué hemos tenido que venir a vivir aqui... No hay gimnasio, el supermercado está a dos planetas de distancia y el internet llega con años luz de retraso...
- Cariño, ya hemos discutido esto. Sabes que es nuestro lugar... El planeta de los amantes imposibles.
- Ya lo se... Pero aún no entiendo quien decide lo que es imposible y lo que no.

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