Los caprichos de la mente, la involuntariedad de la memoria, el poder de la asociación. No las asociaciones obvias, no una cara y una persona, no me refiero a lo fácil. Me refiero a lo que crees olvidar y de repente un día vuelve a ti sin que lo quieras, y pueden provocar nostalgia, o la sonrisa más tonta del mundo, o el malestar más horrible.
Millones de neuronas que se ponen de acuerdo y crean recorridos, y tienen sitio para todo, menos para la materia del examen. Tienen sitio para los buenos momentos y los malos, y lo esconden, te esconden las cosas, y luego te las devuelven en un alarde de poder. "Mira lo que podemos hacer, cuidado con nosotras, somos más que células".
"Recuerdo incluso lo que no quiero", decía Cicerón, "olvidar no puedo lo que quiero". Esas benévolas neuronas, que tanta falta y tanto bien nos hacen, allí están, cavando en la corteza cerebral y a más olvido más profundas las zanjas.
Y esto lo maravilloso de las asociaciones, que pueden hacer daño y pueden llenarte el pecho de la más sencilla y sincera sensación de alegría. Escuchar una canción y recordar un libro, el sol en la cara leyendo en el balcón y una brisa helada que pone la piel de gallina.
Y no puedo más que dar gracias a esas malvadas neuronas, que involuntariamente o con toda la intención del mundo se activan un buen día y me hacen ver que no podría olvidar aunque quisiera. Que el pop-rock español siempre me va a recordar a otra época, que Amaral ya no canta igual. Que el sol calienta diferente, y el olor a sal es olor a infancia.
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